La percepción de inseguridad es un termómetro social que los gobiernos y la política observan con atención. A menudo, esta percepción se convierte en el eje de campañas y debates, donde se proponen soluciones de 'mano dura' que capitalizan el miedo colectivo. Es importante para el ciudadano distinguir entre la estadística criminal real y la sensación de inseguridad. Esta última puede ser amplificada por la cobertura mediática de casos resonantes o por la viralización en redes sociales, generando una imagen de caos que no siempre se corresponde con la realidad de cada barrio. Que la economía pase a un segundo plano en las preocupaciones no es un dato menor: revela que la angustia por la integridad física puede ser más fuerte que la angustia económica, un factor que moldea no solo el voto, sino también los hábitos diarios y la confianza en la comunidad.